
Por Milton Olivo
Un pueblo sitiado, sin agua, sin electricidad, sin refugio, sin voz. Un millón de niños bajo bombardeos constantes, cuerpos entre ruinas, hospitales reducidos a polvo. Cada día, un nuevo lamento se eleva desde una franja de tierra convertida en tumba colectiva.
La paradoja más desgarradora de nuestro tiempo no es sólo la dimensión del horror, sino quién lo ejecuta: los descendientes de quienes sufrieron uno de los peores crímenes del siglo XX, el Holocausto nazi, hoy son acusados de perpetrar otro.
Lo que muchos han comenzado a llamar el «Holocausto Gazatí» no es sólo una masacre contemporánea. Es, ante todo, una fractura moral, una redefinición de los relatos fundacionales que sostenían buena parte del orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial. El Estado de Israel, que alguna vez se presentó como refugio del sufrimiento judío, enfrenta hoy una crisis de legitimidad global sin precedentes.
De víctimas a victimarios: el colapso de un relato. Durante décadas, la narrativa sionista se sostuvo sobre el trauma histórico del pueblo judío: persecuciones, pogrons, campos de concentración. La empatía internacional le ofreció una carta blanca para defenderse, a menudo sin condiciones. Pero hoy, esa narrativa colapsa. No porque el sufrimiento judío haya dejado de ser real o merecedor de memoria, sino porque los ojos del mundo ya no están en el pasado, sino en las cenizas humeantes de Gaza del presente.
Israel, en su afán de eliminar a Hamas, ha desplegado una campaña militar que ha borrado del mapa barrios enteros, universidades, centros culturales y hospitales. El precio, pagado casi exclusivamente por la población civil, ha sido demasiado alto. Las imágenes que recorren el planeta —niños mutilados, mujeres llorando sobre cadáveres, hombres escarbando con las manos los escombros— han cambiado la percepción global del conflicto. Lo que antes se leía como «defensa», hoy se percibe como castigo colectivo.
Un nuevo mapa moral y geopolítico. Este viraje de percepción no es menor. Representa una reconfiguración moral global, especialmente entre las nuevas generaciones, que observan con escepticismo la narrativa occidental tradicional.
Países como Irlanda, España y Noruega han reconocido oficialmente al Estado Palestino. En América Latina, el apoyo popular a Palestina crece, desbordando a los gobiernos. Mientras tanto, China, Rusia, Irán y Turquía capitalizan la indignación global para consolidar un nuevo eje geopolítico que desafía el orden liberal dominado por Estados Unidos y Europa.
Este conflicto se convierte así en un símbolo transversal. Para los jóvenes universitarios en Nueva York, para los activistas en Johannesburgo, para los musulmanes en Yakarta, Gaza no es sólo un conflicto más: es el escenario donde se juega la coherencia moral de Occidente. Y lo que se percibe es hipocresía, impunidad y complicidad.
¿Qué futuro nos espera? La historia está en movimiento. A partir del «Holocausto Gazatí», se proyectan múltiples futuros, cada uno con consecuencias duraderas para el equilibrio mundial.
1. Aislamiento progresivo de Israel. Conforme aumenten las denuncias en tribunales internacionales y los países reconozcan a Palestina, Israel podría enfrentar sanciones, boicots diplomáticos y restricciones comerciales. El efecto podría recordar el aislamiento que sufrió Sudáfrica durante el apartheid.
2. Radicalización interna en Israel. El asedio externo podría fortalecer a la ultraderecha israelí, generando un Estado más autoritario, aislado y dispuesto a políticas de limpieza étnica o desplazamientos forzados. Se abriría así un nuevo capítulo de inestabilidad regional, con ecos de tragedias históricas que creíamos superadas.
3. Consolidación de un eje antioccidental. China, Rusia, Irán y Turquía ya no son simples actores regionales. Usarán la causa palestina como bandera para ganar influencia en África, Asia y América Latina, desplazando el poder blando occidental y modificando el equilibrio geopolítico global.
4. Reforma del sistema internacional. La incapacidad de la ONU para frenar el genocidio ha expuesto las limitaciones estructurales del sistema actual. Un futuro posible es la creación de nuevos organismos o tribunales más ágiles, donde el veto no paralice la acción humanitaria.
5. Despertar de una nueva conciencia global. Como ocurrió con Vietnam o el apartheid, el dolor de Gaza puede alimentar una conciencia colectiva de resistencia y solidaridad. Las universidades, las redes sociales, el arte y la cultura ya están forjando un relato que podría empujar a los pueblos —aunque no necesariamente a sus gobiernos— a tomar posición.
Una brújula rota. El “Holocausto Gazatí” no es sólo una tragedia humanitaria. Es el espejo más incómodo de nuestra época. Refleja una humanidad incapaz de aprender de sus propias heridas. Refleja cómo el poder —cuando no encuentra límites— repite las peores fórmulas del pasado, aunque cambien los actores.
En el alma colectiva de este siglo XXI, todos llevamos un Gazatí adentro: una pregunta sin respuesta, una culpa compartida, una brújula moral rota. La historia aún no ha terminado. Pero si el mundo no reacciona, la próxima generación crecerá con la certeza de que el genocidio no es un crimen, sino una estrategia válida… siempre que se tenga poder y aliados.
El autor es escritor y analista política